La Historia del Tengu
Tiempo de lectura: 8 min

Acerca de la historia: La Historia del Tengu es un Legend de japan ambientado en el Ancient. Este relato Dramatic explora temas de Courage y es adecuado para All Ages. Ofrece Moral perspectivas. Un viaje de valentía y sabiduría se desarrolla mientras un joven samurái se entrena bajo la tutela del legendario Tengu.
En el antiguo Japón, en lo alto de las escarpadas montañas y profundamente dentro de los densos bosques cubiertos de niebla, existía una raza de seres misteriosos conocidos como los Tengu. Estas criaturas legendarias, frecuentemente representadas con cuerpos humanos, alas similares a las de un ave y narices alargadas y temibles, eran tanto temidas como respetadas por los humanos. Se creía que los Tengu eran espíritus poderosos, guardianes de las montañas y protectores de los secretos ocultos en los antiguos bosques. Sin embargo, también eran conocidos por su naturaleza traviesa y, a veces, malévola, a menudo jugando trucos con los viajeros desprevenidos que se aventuraban en su dominio.
El más famoso de estos seres era un Tengu llamado Sojobo, quien gobernaba los bosques del Monte Kurama. Sojobo era conocido por su inmensa fuerza, sabiduría y habilidad en las artes marciales. Las leyendas dicen que podía invocar vientos feroces con un solo aleteo de sus alas y había dominado el arte de la esgrima, enseñando estas habilidades a los monjes errantes que eran lo suficientemente valientes para buscar su guía. Pero incluso Sojobo, por poderoso que fuera, tenía una historia que aún estaba por contarse.
Un Extraño en el Bosque
En una fresca tarde de otoño, cuando las hojas carmesí comenzaban a caer, un viajero solitario llamado Kenshin ingresó al oscuro bosque del Monte Kurama. Kenshin era un joven samurái que había escuchado rumores sobre las legendarias habilidades de los Tengu y se había embarcado en un viaje para encontrar a Sojobo, con la esperanza de aprender las artes ancestrales de él. Caminaba con determinación, pero una pizca de duda persistía en su corazón, pues muchos le habían advertido sobre los peligros que le esperaban.
A medida que el sol se hundía bajo el horizonte, el bosque se oscureció y un silencio inquietante envolvió a Kenshin. De repente, una ráfaga de viento barrió los árboles y una figura sombría apareció ante él. Era Sojobo, su rostro rojo brillando a la luz tenue de la luna y sus ojos resplandeciendo con una luz misteriosa.
—¿Qué negocios tienes en mi bosque, mortal? —la voz de Sojobo resonó entre los árboles, profunda y autoritaria.
Kenshin tragó saliva para controlar el miedo y se inclinó profundamente.
—Busco tu guía, gran Tengu. Deseo aprender los caminos de la espada y la sabiduría que posees.
Sojobo estudió al joven samurái por un momento y luego asintió.
—Muy bien, pero ten cuidado: el camino que buscas es traicionero, y solo aquellos con un corazón puro y un espíritu inquebrantable podrán sobrevivir al entrenamiento.

El Comienzo del Entrenamiento
Durante los meses siguientes, Kenshin entrenó bajo la atenta mirada de Sojobo. El Tengu era un maestro estricto y exigente, enseñándole a Kenshin el arte de la esgrima, la meditación y los caminos del bosque. Le enseñó a moverse como el viento, a golpear con la precisión de un halcón y a escuchar los susurros de los árboles. Kenshin soportó innumerables dificultades, pero su determinación nunca flaqueó y, poco a poco, comenzó a dominar las habilidades que Sojobo le impartía.
Un día, mientras practicaban en lo alto de un acantilado con vistas al valle, Sojobo habló.
—Has aprendido mucho, Kenshin. Pero hay una lección que aún no has comprendido: la importancia del equilibrio. Un verdadero guerrero debe saber cuándo luchar y cuándo mostrar misericordia.
Kenshin asintió, aunque no entendía completamente las palabras de su maestro. Pronto aprendería su significado de la manera más desafiante posible.
El Demonio de las Montañas
Una noche fatídica, mientras una tormenta rugía por las montañas, una criatura terrible emergió de la oscuridad. Era un Oni, un demonio temible con ojos rojos brillantes, garras afiladas y cuernos que se curvaban como los de un carnero. El Oni había estado aterrorizando las aldeas cercanas y ahora buscaba desafiar a Sojobo, con la esperanza de reclamar el poder del Tengu para sí mismo.
Sojobo se mantuvo erguido e impasible mientras el demonio se acercaba, mientras Kenshin observaba desde la distancia, con el corazón latiendo de miedo.
—Mantente atrás, Kenshin —ordenó Sojobo—. Esta batalla es mía.
El Oni embistió contra Sojobo y ambos chocaron con una fuerza que sacudía las montañas. Sojobo se movía con una velocidad relámpago, sus alas creando ráfagas de viento que desgarraban los árboles, pero el demonio era implacable. La batalla continuó durante horas, ninguno de los dos dispuestos a ceder.
Kenshin observaba asombrado, pero mientras lo hacía, vio algo que le heló la sangre. Los ataques del demonio se volvían más fuertes y Sojobo comenzaba a cansarse. El joven samurái sabía que si no intervenía, su maestro caería.
Reuniendo todo el coraje que podía, Kenshin avanzó corriendo, desenfundando su espada.
—¡No, Kenshin! —gritó Sojobo, pero ya era demasiado tarde. Kenshin hirió al demonio, pero el Oni se volvió contra él con un rugido, derribándolo al suelo.
En ese momento, los ojos de Sojobo ardieron de furia y él reunió toda su fuerza, asestando un golpe final al demonio que lo hizo estrellarse contra el bosque. El Oni yacía inmóvil, derrotado.
Sojobo se arrodilló junto a Kenshin, que estaba gravemente herido.
—Tonto —dijo suavemente—. Deberías haberte quedado atrás.
Kenshin sonrió débilmente.
—No podía dejar que lucharas solo, maestro.
El Tengu suspiró y negó con la cabeza.
—Aún tienes mucho que aprender.

El Precio del Poder
Los días se convirtieron en semanas y Kenshin se recuperó lentamente de sus heridas. Sojobo continuó entrenándolo, pero había una nueva tensión entre ellos. Kenshin había demostrado su valentía, pero al hacerlo, también había desobedecido las órdenes de su maestro. El joven samurái luchaba con esto, pero seguía decidido a dominar las habilidades que había venido a aprender.
Una tarde, mientras estaban sentados junto al fuego, Sojobo habló.
—Has aprendido mucho, Kenshin, pero hay una lección final. El poder, el verdadero poder, tiene un precio. No basta con ser fuerte; también debes ser sabio.
Kenshin frunció el ceño.
—No entiendo, maestro.
Los ojos de Sojobo se volvieron distantes.
—Hubo un tiempo en que yo también buscaba el poder. Pensé que la fuerza por sí sola me haría invencible. Pero estaba equivocado. Me volví arrogante y, en mi arrogancia, hice enemigos. Perdí amigos y casi me pierdo a mí mismo.
Kenshin escuchó en silencio y, por primera vez, vio a su maestro no como un guerrero invencible, sino como un ser que había luchado, que había enfrentado sus propios demonios. Y en ese momento, Kenshin entendió lo que Sojobo había intentado enseñarle todo este tiempo.
La Prueba Final
Los meses pasaron y el entrenamiento de Kenshin finalmente llegaba a su fin. Se había convertido en un guerrero hábil y Sojobo estaba orgulloso de él. Pero había una prueba final que Kenshin debía enfrentar antes de ser considerado verdaderamente un maestro.
Sojobo llevó a Kenshin a un claro apartado en el bosque, donde una gran cascada caía en un estanque brillante.
—Esto —dijo Sojobo— es donde enfrentarás tu desafío final. Debes luchar contra mí y debes hacerlo con todas tus fuerzas.
Los ojos de Kenshin se abrieron con asombro.
—Pero maestro, no puedo—
—Debes —interrumpió Sojobo—. Esta es la única manera de que pruebes que has aprendido lo que te he enseñado.
Kenshin respiró hondo y asintió. Desenfundó su espada y se enfrentó a su maestro, con el corazón palpitando en su pecho. La batalla fue feroz y, por primera vez, Kenshin sintió que realmente podía igualar la fuerza de Sojobo. Pero, incluso mientras luchaba, recordaba las palabras de su maestro: la importancia del equilibrio, saber cuándo luchar y cuándo mostrar misericordia.

En el clímax de la batalla, Kenshin vio una apertura y asestó un golpe. Pero en lugar de dar un golpe fatal, detuvo su espada a centímetros del corazón de Sojobo.
—Me rindo —dijo, bajando su arma.
Sojobo sonrió, sus ojos brillando de orgullo.
—Lo has hecho bien, Kenshin. Has demostrado que eres digno.
Epílogo: El Viaje de un Guerrero
Kenshin dejó el Monte Kurama, con el corazón lleno de gratitud por las lecciones que había aprendido. Llegaría a convertirse en un gran guerrero, cuyo nombre resonaría a través de los anales de la historia. Pero nunca olvidó al Tengu que le había enseñado, al guardián de las montañas que le mostró el verdadero significado de la fuerza y la sabiduría.
Y en cuanto a Sojobo, permaneció en los bosques del Monte Kurama, cuidando la tierra, sabiendo que había transmitido su conocimiento a un digno sucesor. Y en la quietud de la noche, cuando el viento susurraba entre los árboles, casi se podía oír su voz, recordando a quienes escuchaban la importancia del equilibrio, del coraje y del precio del verdadero poder.
