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Acerca de la historia: La historia del Chullachaqui es un Legend de peru ambientado en el Contemporary. Este relato Descriptive explora temas de Nature y es adecuado para Adults. Ofrece Cultural perspectivas. Un escalofriante viaje por el Amazonas donde las leyendas cobran vida.
En el corazón de la Amazonía peruana, donde el denso dosel esmeralda se extiende mucho más allá del horizonte, existe una leyenda que hiela hasta al más valiente. Los lugareños hablan en tonos susurrados sobre una criatura misteriosa conocida como el Chullachaqui. Este espíritu del bosque, con su pie retorcido y la habilidad de cambiar de forma, ha acechado las profundidades de la selva durante siglos, engañando a aquellos que se adentran demasiado en las sombras. Algunos dicen que es solo un cuento contado para asustar a los niños y hacerlos obedecer, mientras que otros juran haberlo visto con sus propios ojos.
El Chullachaqui es un cambiaformas, capaz de adoptar la apariencia de cualquier persona o cosa, pero hay una señal reveladora: su pie, que siempre está deformado, retorcido como las raíces de un árbol antiguo o asemejándose al casco de un animal salvaje. Esta historia se desarrolla cuando el encuentro de un hombre con el Chullachaqui cambia su vida para siempre, revelando los misterios y peligros que acechan en el corazón del Amazonas.
El aire denso de la Amazonía se adhería a la piel de Sebastián mientras se secaba el sudor de la frente. Joven biólogo, había viajado desde Lima a esta remota parte de Perú para documentar la rara flora y fauna que prosperan en la selva tropical. Lo acompañaba su guía, Don Julio, un anciano de piel curtida por el sol y ojos que parecían haber presenciado los secretos del mundo. “Ten cuidado dónde pisas”, advirtió Don Julio, señalando el sendero cubierto de musgo que serpenteaba más profundamente en la jungla. “El bosque está lleno de engaños”. Sebastián se burló de las palabras del hombre, asumiéndolas como supersticiones de un simple aldeano. “No te preocupes, he caminado por bosques antes”. Don Julio hizo una pausa, su expresión oscureciéndose. “Este no es como cualquier bosque que hayas visto, joven. Aquí camina el Chullachaqui”. Sebastián se rió, desestimando la advertencia. Pero a medida que avanzaban, no podía sacudirse la sensación de que los estaban observando. El dosel superior bloqueaba gran parte del sol, y el aire se enfriaba, denso con el aroma de hojas en descomposición y tierra húmeda. Cada paso parecía resonar, tragado por la naturaleza circundante. “Cuéntame más sobre este Chullachaqui”, preguntó finalmente Sebastián, más por curiosidad que por preocupación. La voz de Don Julio se suavizó, como si temiera que la criatura lo oyera. “El Chullachaqui es un espíritu antiguo, un guardián de esta tierra. Adopta muchas formas, pero su verdadera identidad se revela por su pie: siempre retorcido, siempre antinatural. Atrae a los viajeros hacia lo profundo de la jungla, lejos de la seguridad, donde nunca son vistos de nuevo”. Continuaron adentrándose en el bosque, la curiosidad científica de Sebastián luchando contra una creciente sensación de temor. Esa noche, mientras montaban el campamento, no podía evitar mirar por encima del hombro, esperando ver algo acechando en las sombras. Fue en el tercer día cuando el escepticismo de Sebastián comenzó a flaquear. Se habían alejado mucho del río principal, siguiendo los llamados de un ave rara que Sebastián estaba ansioso por documentar. Pero al caer el anochecer, el bosque cobraba vida con una sinfonía inquietante de sonidos: el croar de ranas, el llamado distante de monos aulladores y algo más… algo que imitaba el sonido de pasos. “¿Escuchaste eso?” susurró Sebastián. Don Julio asintió gravemente. “Es él. Sabe que estamos aquí”. Sebastián intentó reírse de las palabras del anciano, pero no podía negar la inquietud que se apretaba en su interior. Mientras regresaban al campamento, el bosque parecía cerrarse a su alrededor, los árboles apareciendo más retorcidos y nudosos. Entonces, sin previo aviso, Sebastián vio una figura adelante: una niña joven, su cabello enmarañado con hojas, parada descalza en medio de su camino. “Ayúdame”, gimió, extendiendo una mano temblorosa. Sebastián dio un paso adelante, pero Don Julio le agarró el brazo con una fuerza sorprendente. “Mira su pie”, susurró. Efectivamente, cuando Sebastián miró hacia abajo, vio que su pie izquierdo estaba retorcido y deformado, diferente a cualquier pie humano que hubiera visto. “¡Corre!” gritó Don Julio, arrastrando a Sebastián lejos. Tropezaron a través de la maleza, ramas arañando sus ropas y piel. La voz de la niña los seguía, sus gritos convirtiéndose en risas burlonas que resonaban entre los árboles. Parecía como si la selva misma estuviera cambiando, alterando su camino, y sin importar en qué dirección corrían, la niña siempre estaba delante de ellos, sus ojos brillando en la luz tenue. Cuando llegaron a su campamento, Sebastián temblaba, su mente luchando por procesar lo que había visto. “No es real”, murmuró. “Es solo un truco”. Don Julio negó con la cabeza. “Es muy real. Y ahora te conoce”. Sebastián no pudo dormir esa noche, cada hoja que susurraba y cada llamado distante hacían que su corazón latiera con fuerza. Pensó en la niña, en su pie retorcido, y en cómo sus ojos parecían penetrar la oscuridad. Se preguntaba si había cometido un error al venir aquí, si el bosque lo había atraído con promesas de descubrimiento solo para atraparlo en su antigua telaraña. A la mañana siguiente, continuaron su viaje, aunque Sebastián se movía con más cautela, sus ojos escaneando los árboles en busca de señales del Chullachaqui. Pero con el paso de los días, se encontró volviéndose más paranoico. Cada sombra parecía moverse, cada susurro se sentía como una advertencia. Y luego, una tarde, lo vio: una figura que se parecía exactamente a Don Julio parada junto al río. “¡Don Julio!” llamó, pero cuando la figura se volvió, Sebastián vio el pie retorcido y se le heló la sangre. Retrocedió tambaleándose, y al hacerlo, el verdadero Don Julio apareció, tirándolo hacia atrás. “No hables con él”, advirtió el anciano. “Está intentando engañarte”. Con el paso de los días, Sebastián sintió que la presencia del Chullachaqui se volvía más fuerte. Ya no se escondía en las sombras, sino que caminaba abiertamente, adoptando las formas de personas que conocía: su madre, sus amigos, incluso él mismo. Susurraba su nombre, llamándolo más profundo en la jungla, prometiéndole conocimiento, poder y secretos más allá de su imaginación. Don Julio se volvía más débil, el esfuerzo de resistir al Chullachaqui cobrando su precio. “Debes irte”, raspó una noche. “Te quiere, Sebastián. Quiere tu alma”. Pero Sebastián no podía irse. Había llegado demasiado lejos, visto demasiado. Estaba decidido a entender a esta criatura, a documentarla, incluso si eso significaba arriesgar su vida. Y así, se adentró más en la jungla, ignorando las advertencias de Don Julio, impulsado por una obsesión que rozaba la locura. El Chullachaqui lo estaba esperando. Estaba en la base de un árbol antiguo, su pie retorcido, sus ojos brillando con una luz inquietante. “Has venido”, dijo con una voz que sonaba como la de Sebastián. “Sabía que lo harías”. Sebastián dio un paso más cerca, incapaz de apartar la mirada. “¿Qué eres?” “Soy el bosque”, respondió. “Soy todo lo que siempre has querido, todo lo que siempre has temido”. Sebastián sintió que una fuerza invisible lo atraía hacia la criatura, como si lo empujara hacia adelante. “¿Qué quieres?” susurró. El Chullachaqui sonrió, y por un momento, Sebastián vio su propio reflejo mirándolo. “Convertirme en tú”, dijo simplemente. “Tomar tu lugar”. De repente, Don Julio apareció, su machete brillando en la luz tenue. “¡No!” gritó, balanceando la hoja hacia la criatura. El Chullachaqui chilló, su forma parpadeando como una llama antes de desvanecerse en la oscuridad. “¡Corre!” ordenó Don Julio, y esta vez Sebastián obedeció. Corrieron a través de la jungla, sin detenerse hasta llegar al borde del río. Jadeando por aire, Sebastián miró hacia atrás, esperando ver a la criatura persiguiéndolos, pero ya no estaba. “Nunca parará”, dijo Don Julio, su voz teñida de tristeza. “Mientras estés en esta jungla, te seguirá”. Regresaron al pueblo, donde Sebastián pasó los siguientes días recuperándose. Pero no podía sacudirse la sensación de que el Chullachaqui aún lo observaba, esperando el momento adecuado para atacar. Y entonces, una mañana, tomó su decisión. “Voy a regresar”, dijo a Don Julio. El anciano lo miró incrédulo. “Estás loco”. “No”, respondió Sebastián. “Necesito enfrentarlo. Necesito entender”. Volvió a adentrarse en la jungla solo, siguiendo el mismo camino que lo había llevado al Chullachaqui antes. Y cuando estuvo frente al árbol antiguo, lo vio: la criatura, esperándolo, su pie retorcido, sus ojos brillando. “No te temo”, dijo Sebastián, con la voz firme. El Chullachaqui rió. “Deberías”. Sebastián dio un paso más cerca. “¿Qué eres?” preguntó de nuevo. “Soy el guardián de esta tierra”, respondió. “La protejo de aquellos que buscan explotarla, destruirla. Pero puedo ser mucho más. Únete a mí, y entenderás”. Sebastián dudó, y por un momento, vio la verdad: el Chullachaqui no era solo un monstruo. Era el espíritu del bosque mismo, un ser nacido de la tierra, antiguo y sabio. Podía sentir su poder, su conocimiento, y sabía que si tomaba su mano, se convertiría en algo más que humano. Pero entonces pensó en Don Julio, en las personas que vivían en esta tierra, y tomó su decisión. “No”, dijo. “No te dejaré llevarme”. El Chullachaqui gritó, su forma parpadeando y retorciéndose, y Sebastián sintió que el suelo temblaba bajo él. Pero mantuvo su posición, negándose a ser persuadido, y lentamente, la criatura comenzó a desvanecerse, su risa resonando entre los árboles. Sebastián emergió de la jungla como un hombre cambiado. Había enfrentado al Chullachaqui y sobrevivido, pero sabía que el bosque nunca lo dejaría ir de verdad. Ahora era parte de él, una sombra que lo seguía dondequiera que iba. Pero mientras estaba en el borde del Amazonas, mirando sobre el mar interminable de verde, sintió una sensación de paz. El Chullachaqui no era su enemigo, era un recordatorio de que algunos misterios estaban destinados a permanecer sin resolver, que algunas historias eran mejor dejarlas sin contar. Y con eso, Sebastián se dio la vuelta y se alejó, dejando la jungla atrás pero sin olvidar la lección que le había enseñado.Comienza el viaje
El primer encuentro
El descenso a la locura
El corazón del bosque
Confrontación y escape
La decisión final
La verdad revelada
Epílogo: Regreso al mundo