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La Yara: Guardiana del Orinoco
The Orinoco River at dusk, bathed in warm hues, whispers of an ancient legend. A lone figure stands at the water’s edge, watching as mist rises—an eerie yet enchanting reminder that the river has a guardian.

Acerca de la historia: La Yara: Guardiana del Orinoco es un Legend de venezuela ambientado en el Contemporary. Este relato Descriptive explora temas de Nature y es adecuado para All Ages. Ofrece Cultural perspectivas. La leyenda de un espíritu guardián despierta mientras el Orinoco lucha por sobrevivir.

El río Orinoco era más que un cuerpo de agua. Era una línea de vida, un pulso que latía en el corazón de Venezuela. Sus vastas aguas tallaban tierras ancestrales, llevando secretos susurrados por la selva durante siglos.

Pero donde había vida, también existía el peligro.

Durante generaciones, los pueblos indígenas hablaban de Yara, la Guardiana del Orinoco, un espíritu ligado al río, fiero y protector. No era ni diosa ni demonio, sino algo intermedio, su voluntad tan impredecible como las corrientes. Quienes respetaban el río encontraban su benevolencia. Aquellos que buscaban explotarlo… nunca se supo de ellos.

Durante años, su leyenda fue poco más que folklore, una historia para evitar que los niños se adentraran demasiado en la selva.

Hasta ahora.

Algo la había despertado.

Se reportaron desapariciones de equipos completos de madereros sin dejar rastro. Se encontraron botes abandonados, flotando en un silencio inquietante. Por la noche, los leñadores juraban haber visto a una mujer de pie sobre el agua, sus ojos esmeralda ardiendo como fuego de selva.

La mayoría lo descartó como superstición.

Pero Andrés Guerrero no era uno de ellos.

Científico y hombre de lógica, Andrés había dedicado su vida al estudio de los ríos, y ninguno lo fascinaba más que el Orinoco. Cuando el Instituto Nacional de Conservación Ambiental lo reclutó para investigar las perturbaciones, recibió la oportunidad con los brazos abiertos. Pero no tenía idea de que este viaje cambiaría su vida—y quizás, el destino del Orinoco—para siempre.

En lo Salvaje

La canoa cortaba el agua quieta mientras la selva se alzaba sobre ellos. El aire estaba denso de humedad, llevando el aroma de tierra húmeda, hojas podridas y lluvia lejana.

Andrés se sentaba al frente, con los ojos escudriñando las riberas del río. Natalia, la periodista que documentaba la expedición, se ubicaba detrás de él, ajustando su cámara. Miguel, un guardaparques veterano, remaba en la parte trasera, con una expresión inexpresiva. En el centro de la canoa, dirigiendo con silenciosa precisión, estaba Diego, su guía indígena.

—El río se siente diferente —murmuró Diego, su voz apenas un susurro.

Natalia sonrió con suficiencia. —¿Es aquí donde nos cuentas que la selva está encantada?

Diego no le devolvió la sonrisa. —La selva siempre ha estado encantada. Solo depende de si los espíritus les gustan o no.

Miguel bufó. —Vamos. Son cazadores furtivos quienes espantan a la gente. Yara no es real.

Los ojos oscuros de Diego lo miraron fijamente. —Eso es lo que dijeron los leñadores. Antes de desaparecer.

Un silencio se asentó entre ellos, interrumpido solo por el ritmo constante de los remos cortando el agua.

La Selva Susurrante

Montaron campamento cerca de las ruinas de un antiguo puesto, los restos de una operación maderera fallida de años atrás. La selva lo había reclamado: enredaderas se enroscaban alrededor de los esqueletos de estructuras de madera, y los sonidos de criaturas nocturnas llenaban el aire.

El equipo se sentó alrededor de una fogata, comiendo en casi silencio.

Natalia hojeaba sus notas. —Algunos locales dicen que Yara no es solo un espíritu, sino algo más. Una protectora del río, que castiga a quienes causan daño. Afirman que puede controlar las corrientes, invocar tormentas.

Miguel puso los ojos en blanco. —¿Y qué sigue? ¿Ella monta delfines y canta a las personas hasta que mueren?

Diego agitó la fogata. —Bromeas. Pero no entienden con qué están lidiando.

Andrés estaba a punto de hablar cuando un suave susurro se deslizó entre los árboles.

Una voz de mujer.

Todos se congelaron.

Era tenue, como el viento entre los juncos, pero inconfundible. Una voz, llamando.

Natalia tomó su cámara. —¿Alguien más escuchó eso?

Miguel se levantó. —Voy a averiguarlo.

—Espera— comenzó Diego, pero Miguel ya se dirigía hacia los árboles.

Entonces llegó el sonido.

Un chapoteo.

Se giraron justo a tiempo para ver la canoa alejándose de la orilla, como si la tiraran manos invisibles.

—¿Qué diablos— —Andrés corrió hacia adelante, pero el bote se movió más rápido, desapareciendo en el río brumoso.

La selva ya no estaba en silencio. El viento aumentó, trayendo susurros, voces que no eran las suyas.

Andrés miró a Diego.

El rostro del guía estaba pálido. —Ella sabe que estamos aquí.

La Advertencia del Río

A la mañana siguiente, Natalia desapareció.

La encontraron casi hasta las rodillas en el río, mirando al frente con los ojos vidriosos, sus labios moviéndose en silencio.

Andrés corrió a su lado. —¡Natalia! ¿Qué pasó?

Ella parpadeó, como despertando de un trance. —Yo… la vi.

Miguel maldijo. —¿Viste a quién?

Natalia se volvió hacia ellos, su expresión inexpresable. —Yara.

Sus manos temblaban.

—Ella dijo que no pertenecemos aquí.

La Aparición de la Guardiana

Esa noche, Andrés se sentó al borde del agua.

Una neblina se deslizó, envolviendo la superficie del río como zarcillos vivientes. No estaba seguro por qué se quedó atrás mientras los demás dormían. Solo sabía que algo lo llamaba.

Y entonces, ella emergió del agua.

Su cabello tenía el color del propio río, oscuro y cambiante como corrientes fluyentes. Sus ojos esmeralda brillaban bajo la luz de la luna. Sus pies no tocaban la superficie del agua, pero el río se movía con ella.

Andrés no podía respirar.

—Buscas respuestas —dijo, su voz un eco de la selva.

Él tragó saliva. —¿Eres real?

Una sonrisa tenue. —Más real que la codicia que envenena mis aguas.

Sus manos se cerraron. —La tala, la destrucción—están matando al Orinoco. Vine aquí para detenerlo.

Ella lo observó detenidamente. —¿Lucharás por él?

Andrés dudó. —Yo… no sé cómo.

Ella extendió la mano, presionando dos dedos contra su frente.

El mundo explotó en color.

Vio incendios devorando la selva, aguas tornándose negras con petróleo, criaturas gritando mientras sus hogares ardían. Vio el pasado—el río prosperando, intacto—y el futuro… un desierto árido, el Orinoco asfixiado por la codicia.

Y entonces, silencio.

Cuando abrió los ojos, ella había desaparecido.

Pero su voz persistió.

_"Protege lo que queda, o mira cómo todo desaparece."_

El Despertar

Andrés despertó siendo otro hombre.

—Tenemos que detener esto —les dijo a los demás—. La tala, la destrucción—tienen que acabar.

Miguel frunció el ceño. —La viste, ¿no?

Andrés asintió. —Y vi lo que sucede si no actuamos.

Con la ayuda de Diego, recopilaron pruebas—fotos, videos, evidencias de operaciones madereras ilegales. Enviaron sus hallazgos a las autoridades, exponiendo la corrupción que había permitido que la destrucción continuara sin control.

El informe de Natalia se volvió viral. El mundo estaba observando ahora.

La selva seguía herida, pero la sanación había comenzado.

Meses después, Andrés regresó al río. Las aguas estaban más claras. El aire se sentía más ligero.

Se arrodilló al borde del Orinoco.

Un susurro rozó su oído.

_"Has escuchado."_

Sonrió.

La Guardiana del Orinoco todavía vigilaba.

Y ahora, él también.

El Fin.

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