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Acerca de la historia: El Pájaro Dorado y el Príncipe Hazara es un Legend de afghanistan ambientado en el Ancient. Este relato Descriptive explora temas de Courage y es adecuado para All Ages. Ofrece Moral perspectivas. La búsqueda de un príncipe por un pájaro mítico se convierte en un viaje de destino, traición y redención.
Hace mucho tiempo, en las majestuosas tierras de Afganistán, donde imponentes montañas susurraban al cielo y antiguos valles ocultaban secretos de antaño, vivía un noble príncipe del pueblo Hazara: el Príncipe Arman de Bamiyán. Sabio, valiente y justo, estaba destinado a heredar el reino de su padre. Pero una gran oscuridad había caído sobre la tierra: los cultivos se marchitaban, los ríos se secaban y la enfermedad se extendía por el reino como una maldición inquebrantable.
Los sabios hablaban de una leyenda olvidada: el Pájaro Dorado, una criatura de luz radiante cuyo canto podía traer prosperidad o ruina. Se decía que residía en el místico Valle de Nuristán, escondido más allá de paisajes traicioneros y custodiado por fuerzas mágicas. Muchos habían buscado al pájaro, pero ninguno había regresado jamás.
Con su reino al borde de la ruina y su padre en el lecho de muerte, el Príncipe Arman hizo un voto: buscaría al Pájaro Dorado y devolvería la esperanza a su pueblo.
La ciudad de Bamiyán, antaño un lugar de grandeza, ahora yacía en la desesperación. La gente hablaba en susurros, sus rostros marcados por la preocupación y el hambre. Dentro del palacio real, el Rey Daryush yacía débil en su cama, su antes poderosa figura reducida a fragilidad. “Padre,” susurró Arman, arrodillándose a su lado. “Encontraré al Pájaro Dorado y restauraré nuestra tierra.” El rey, demasiado débil para hablar, colocó su mano temblorosa sobre el hombro de su hijo, sus ojos llenos de orgullo y tristeza. “Ten cuidado, hijo mío,” dijo la reina, con la voz quebrada. “El mundo más allá de estos muros está lleno de peligros.” Arman tomó su espada, montó a su poderoso corcel Bahram y partió en su búsqueda. Su único compañero era Ramin, un vagabundo de ingenio agudo que una vez había salvado a Arman de una emboscada en su juventud. Juntos, cabalgaron hacia lo desconocido, guiados solo por los susurros de la leyenda. Mientras viajaban por las desoladas montañas, el viento traía voces extrañas: susurros que parecían provenir de las propias piedras. Habían llegado al Valle de los Ecos, un lugar donde las almas perdidas hablaban en acertijos. “Regresa, Príncipe de Bamiyán,” advertían los susurros. “La traición camina contigo.” Arman y Ramin siguieron adelante, ignorando las voces inquietantes, pero sus palabras permanecieron en la mente de Arman. Después de horas de montar, llegaron a un puente antiguo. Un anciano se encontraba en su entrada, sus ojos penetrantes los estudiaban. “Para cruzar,” dijo, “uno debe responder a una pregunta: ¿Cuál es la mayor carga de un rey?” Arman pensó por un momento. “Su gente,” respondió. El anciano asintió y se apartó. “Tienes sabiduría, joven príncipe. Pero ten cuidado—la confianza es una espada de doble filo.” Mientras acampaban bajo el cielo abierto, Ramin miraba fijamente el fuego. “¿Crees en los susurros, Arman?” “No,” respondió Arman. “Confío en ti.” Pero el destino tenía otros planes. Sin que ellos lo supieran, una espía había estado siguiendo su viaje—enviada por el Rey Shakib, un gobernante del este que deseaba el Pájaro Dorado para sí mismo. Esa noche, la espía se coló en su campamento, robando su mapa y desapareciendo en la oscuridad. A la mañana siguiente, despertaron para descubrir que su mapa había desaparecido. “¡Hemos sido traicionados!” maldijo Arman. Pero Ramin, siempre ingenioso, sonrió. “No necesitamos un mapa. Recuerdo el camino.” Sin embargo, en su corazón, la duda había comenzado a crecer. Su camino los llevó al Desierto de Sistán, donde el sol abrasaba la tierra y el agua no era más que un recuerdo. En su corazón yacía el Oasis de las Siete Puertas, custodiado por un derviche con ojos como brasas ardientes. “Solo aquellos que resuelvan mi enigma podrán beber de estas aguas y continuar su viaje,” declaró. Colocó tres objetos frente a ellos: una daga de oro, un cuenco de agua y una rosa. “Elijan sabiamente.” Arman los estudió cuidadosamente. La daga simbolizaba el poder, el agua significaba la supervivencia, pero la rosa… la rosa representaba el amor y el sacrificio. Eligió la rosa. El derviche sonrió. “Has elegido bien, Príncipe de Bamiyán. Adelante.” Con renovada fuerza, continuaron su viaje. Más allá del desierto, llegaron a un denso bosque donde las sombras danzaban y los árboles susurraban secretos olvidados. Una melodía inquietante flotaba en el aire: la canción del Pájaro Dorado. “El pájaro está cerca,” susurró Ramin. Pero antes de que pudieran avanzar, una flecha pasó zumbando a su lado. Los hombres del Rey Shakib habían llegado. Estalló una feroz batalla: espadas chocaban, flechas volaban y el polvo se arremolinaba a su alrededor. Arman luchaba con la fuerza de diez hombres, pero el enemigo era implacable. Entonces, en el caos, Ramin fue herido. “¡No!” gritó Arman, atrapando a su amigo mientras caía. Los alientos de Ramin eran superficiales. “Encuentra… al pájaro,” susurró antes de que sus ojos se cerraran para siempre. Afligido pero determinado, Arman siguió adelante. Finalmente, llegó al Sagrado Valle de Nuristán. Allí, en la cima de un árbol de ramas plateadas, posado el Pájaro Dorado—sus plumas brillaban como el sol. Mientras Arman se acercaba, el pájaro habló. “Has llegado lejos, pero queda una última prueba.” Arman se arrodilló. “Pregunta, y responderé.” La voz del pájaro era tanto suave como poderosa. “¿Qué es más precioso—el poder o el amor?” “Amor,” respondió Arman sin dudar. “Porque sin amor, el poder no tiene sentido.” El pájaro emitió una canción tan hermosa que la propia tierra pareció temblar. “Has demostrado ser digno,” dijo. “Iré contigo.” Con el Pájaro Dorado posado en su hombro, Arman cabalgó de regreso a su reino. El viaje fue largo, pero la esperanza ardía en su corazón. Al entrar en la ciudad, la gente jadeó. El pájaro levantó sus alas y comenzó a cantar. Una luz dorada se extendió por la tierra—los ríos volvieron a fluir, los cultivos florecieron y los enfermos, incluido su padre, fueron sanados. El rey se levantó de su cama, su fuerza restaurada. “Hijo mío, nos has salvado.” Pero entre la alegría, había tristeza. Arman visitó la tumba de Ramin, colocando una pluma dorada sobre ella. “Nunca serás olvidado,” susurró. Mientras la gente celebraba, Arman miró al cielo. El Pájaro Dorado, cumplida su misión, extendió sus alas y se elevó hacia los cielos. Desde ese día, Bamiyán floreció una vez más, y el Príncipe Arman se convirtió en un rey amado por todos. Así, la leyenda del Pájaro Dorado perduró, recordatorio de que el verdadero poder no reside en la riqueza o la fuerza, sino en la pureza del corazón.Un Reino que se Desvanece
El Valle de los Ecos
La Sombra de la Traición
El Guardián del Desierto
El Bosque de las Ilusiones
El Juicio del Pájaro Dorado
El Regreso a Bamiyán
Fin.