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Acerca de la historia: El Mono Astuto y la Hiena Codiciosa es un Fábula de congo ambientado en el Antiguo. Este relato Humorístico explora temas de Sabiduría y es adecuado para Todas las edades. Ofrece Moral perspectivas. Un astuto mono le enseña a una hiena codiciosa que la astucia siempre superará la avaricia.
Había una vez, en lo profundo del corazón de la vasta selva congoleña, dos criaturas muy diferentes: una pequeña e inteligente, y la otra grande y codiciosa. La primera era Mono, un astuto bromista con una mente aguda y una sonrisa traviesa. La segunda era Hiena, una bestia glotona cuyo hambre era tan interminable como su necedad.
A pesar de sus diferencias, mantenían una amistad incómoda, construida no sobre la confianza o la bondad, sino sobre la conveniencia mutua. Mono, siendo pequeño, rápido e inteligente, siempre encontraba una manera de conseguir comida, ya sea robando de las aldeas o engañando a otros para obtener sus comidas. Hiena, de mente lenta y torpe, dependía de la fuerza bruta para conseguir lo que quería, pero siempre estaba un paso detrás de Mono.
Su historia ha sido contada durante generaciones entre la gente del Congo, un relato de la ingeniosidad superando la codicia, de la astucia venciendo al egoísmo. Sirve como una advertencia: aquellos que dejan que su codicia los gobierne siempre terminarán sin nada. La selva estaba viva con sonidos: pájaros cantando, hojas susurrando y el lejano rugido de un río que serpenteaba entre la densa vegetación. En lo alto de las ramas de un gran baobab, Mono se sentaba perezosamente, pelando un plátano maduro, la fruta dorada brillando bajo el sol de la tarde. Debajo de él, Hiena merodeaba por el suelo de la selva, con el estómago rugiendo como trueno. Había pasado la mañana buscando restos, pero nada había satisfecho su hambre. Cuando vio a Mono disfrutando de su comida, se le hizo agua la boca. “¡Amigo Mono!” llamó Hiena desde abajo, lamiéndose los labios. “Siempre tienes la mejor comida. Dime, ¿cómo lo haces?” Mono, siempre el bromista, sonrió mientras daba otro mordisco lento y deliberado. “Ah, Hiena, todo se trata de ser inteligente,” dijo. “Los humanos tienen más comida de la que pueden comer, y si sabes cómo ser rápido y silencioso, puedes tomar tanto como quieras.” Las orejas de Hiena se pusieron de punta. “¡Enséñame, Mono! Quiero robar comida igual que tú.” Mono levantó una ceja. Conocía bien a Hiena y sabía que no estaba pidiendo aprender, sino una vía rápida para obtener comida fácil. Pero Mono también vio una oportunidad. “Te enseñaré,” dijo Mono, “pero solo si prometes compartir lo que robemos.” Hiena asintió con entusiasmo, aunque en el fondo no tenía intención de compartir. Esa noche, bajo el manto de la oscuridad, Mono lideró a Hiena hacia la aldea humana. El aire olía a yuca asada, maíz y pescado ahumado, haciendo que el estómago de Hiena rugiera aún más. Mono levantó una mano. “¡Shh! Debes ser silencioso,” susurró. “Sigue mi ejemplo.” Con la agilidad de una sombra, Mono saltó al techo de una choza, se deslizó por el otro lado y arrebató un racimo de plátanos de una cesta sin hacer ningún ruido. En cuestión de momentos, estaba de vuelta al lado de Hiena, sonriendo. Los ojos de Hiena se agrandaron con admiración. “¡Eso fue increíble! Pero no quiero solo plátanos—quiero comida de verdad. Muéstrame dónde guardan la carne.” Mono dudó. Sabía que la codicia de Hiena los metería en problemas, pero también tenía curiosidad por ver cuán necio podía ser su amigo. “Está bien,” suspiró. “Pero debes tener cuidado.” Llevó a Hiena a una pequeña choza donde los aldeanos almacenaban su comida. El olor a pescado seco y guiso fresco llenaba el aire. Mono levantó hábilmente la cerradura de madera y empujó la puerta lo suficiente para que Hiena entrara. Los ojos de Hiena brillaron. Dentro, colgadas del techo, había grandes trozos de carne seca. Cuencos de gachas humeantes descansaban sobre una mesa. Su hambre tomó el control. Olvidando las advertencias de Mono, se lanzó hacia la comida, desgarrando la carne y sorbiendo las gachas ruidosamente. Entonces—¡CRASH! Su torpe cola derribó una olla. El ruido resonó por toda la aldea en silencio. Los ojos de Mono se agrandaron alarmados. “¡CORRE!” gritó, agarrando un puñado de plátanos y corriendo hacia el árbol más cercano. Pero Hiena, con el vientre demasiado lleno y la mente demasiado lenta, tropezó mientras intentaba escapar. En segundos, los aldeanos irrumpieron en la choza, gritando y agitando palos. Hiena apenas logró salir, esquivando una lluvia de piedras mientras huía en la noche. Detrás de él, Mono se rió desde las copas de los árboles. “¡Te lo advertí, Hiena! Un ladrón debe ser rápido e inteligente. Pero tú? ¡Eres solo codicioso!” Pasaron los días, y aunque los moretones de Hiena dolían, su hambre ardía más intensamente. No podía dejar de pensar en la comida a la que Mono tenía acceso. Pero en lugar de estar agradecido por la ayuda de Mono, se volvió resentido. “Ese pequeño bromista se está quedando con la mejor comida para sí mismo,” murmuró Hiena. “Haré que robe para mí, y esta vez, me comeré todo yo mismo.” Fue a ver a Mono, con una expresión lastimera. “Querido amigo, he aprendido la lección,” mintió. “Fui tonto y codicioso. Por favor, robemos juntos una vez más.” Mono inclinó la cabeza, fingiendo creerle. “Está bien, Hiena. Pero esta vez, debemos tener cuidado.” Esa tarde, Mono llevó a Hiena de regreso a la aldea. Esta vez, lo condujo a la choza de alimentos más grande de todas. El olor a carne asada llenaba el aire, y Hiena apenas podía contener su emoción. “Esto es todo,” susurró Mono. “La mejor comida de la aldea está dentro. Entra primero—yo vigilaré la puerta.” Hiena no dudó. Se deslizó dentro, con la boca haciendo agua al ver cuencos de estofado, maíz asado y montones de pescado seco. La codicia lo consumió. Devastó la comida sin pausa, llenándose la boca y lamiéndose las patas. No se dio cuenta de que Mono había retrocedido silenciosamente y cerró la puerta detrás de él con la cerradura. Momentos después, los aldeanos, alertados por los silbidos secretos de Mono, rodearon la choza. Hiena se congeló. Luego escuchó pasos. Luego voces enfurecidas. Luego el inconfundible sonido de una cerradura encajando en su lugar. “¡MONO! ¡AYÚDAME!” gimió Hiena. Pero Mono ya estaba en un árbol, observando con diversión. “Un ladrón sabio sabe cuándo detenerse,” llamó desde arriba. “Pero uno codicioso siempre es atrapado.” Los aldeanos capturaron a Hiena y lo ataron, decidiendo dejarlo libre a la mañana siguiente como advertencia. Cuando finalmente lo liberaron, corrió profundo en la selva, humillado y furioso. Desde ese día, Hiena nunca fue el mismo. Los otros animales se reían de él, llamándolo *el necio codicioso que fue superado por un mono.* En cuanto a Mono, continuó con sus trucos, siempre un paso por delante de todos. Pero nunca olvidó la lección que había aprendido de la necedad de Hiena. Una tarde, mientras se sentaba alto en los árboles observando el sol ponerse detrás de la selva, sonrió para sí mismo. “La astucia,” reflexionó, “siempre vencerá a la codicia.” Y así, el astuto Mono siguió siendo el rey de los bromistas, mientras la codiciosa Hiena quedó a vagar por la selva, recordándonos para siempre que la codicia solo conduce a la ruina.Una Amistad de Conveniencia
El Primer Robo
El Truco Definitivo
La Lección del Bosque
Fin.