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Acerca de la historia: El hombre que sería rey es un Historical Fiction de india ambientado en el 19th Century. Este relato Dramatic explora temas de Good vs. Evil y es adecuado para Adults. Ofrece Entertaining perspectivas. Dos soldados inician una ambiciosa búsqueda por la realeza en una tierra remota, enfrentándose a consecuencias inesperadas.
El Comienzo del Viaje
En las bulliciosas calles de la India británica del siglo XIX, dos valientes soldados británicos, Daniel Dravot y Peachey Carnehan, emprendieron un viaje que cambiaría sus vidas para siempre. Ambos hombres, cansados de la vida monótona y jerárquica en el Ejército Británico, soñaban con algo más: convertirse en reyes en una tierra donde ningún inglés había puesto pie.
—Peachey, te digo que hay oro en esas colinas y ningún gobierno para interferir —dijo Dan, con los ojos brillando de ambición. Habían escuchado rumores sobre una región remota llamada Kafiristán, donde la gente no había visto forasteros durante siglos. El plan era audaz: conquistar Kafiristán, unir las tribus y establecerse como reyes.
Su viaje comenzó bajo el sofocante calor del verano indio. Los dos hombres se disfrazaron de comerciantes locales, adoptando atuendos nativos para mezclarse. Viajaron en tren, camello y a pie, cruzando desiertos y montañas, cada paso los alejaba más de la civilización y los acercaba a su destino.
El Encuentro
Después de semanas de arduo viaje, Dan y Peachey llegaron a las afueras de Kafiristán. Habían enfrentado numerosos desafíos: terrenos traicioneros, climas hostiles y aldeanos suspicaces. Pero su determinación era inquebrantable.
Una tarde, mientras establecían el campamento cerca de un río, fueron abordados por un grupo de miembros armados de la tribu. El líder, un hombre alto y de aspecto fiero llamado Ootah, los observó con sospecha.
—¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí? —exigió.
—Somos comerciantes —respondió Peachey en el dialecto local que habían aprendido con esmero—. Venimos en paz, buscando intercambiar mercancías.
Ootah no quedó convencido, pero sí intrigado por su valentía.
—Los comerciantes no se aventuran tan lejos. Síganos y veremos qué decide nuestro jefe.
Los tribales llevaron a Dan y Peachey a su aldea, situada en lo alto de las montañas. La aldea contrastaba marcadamente con las llanuras indias: fría, aislada y aparentemente intacta por el paso del tiempo. El jefe, un anciano con una presencia imponente, examinó detenidamente a los dos extraños.
—Queremos aprender sus costumbres y ofrecer nuestra amistad —dijo Dan, inclinándose respetuosamente—. A cambio, traemos regalos de tierras lejanas.
El jefe, intrigado por las mercancías extranjeras que presentaron, decidió permitirles quedarse. Poco sabía él que estos dos hombres albergaban ambiciones mucho mayores que un simple comercio.
El Ascenso al Poder
Durante los meses siguientes, Dan y Peachey se ganaron el cariño de los aldeanos. Compartieron conocimientos, les enseñaron tácticas militares y ayudaron a resolver disputas. Su influencia creció, al igual que su leyenda. Dan, con su presencia dominante y mente estratégica, se convirtió en el líder de facto, mientras que Peachey, con su ingenio y diplomacia, actuaba como su mano derecha.
Un día, una tribu rival atacó la aldea. Dan y Peachey lideraron la defensa, sus tácticas superiores y armamento cambiaron el rumbo de la batalla. Los aldeanos, asombrados por su destreza, comenzaron a verlos como algo más que comerciantes. Los rumores sobre su origen divino se propagaron, y pronto, la gente empezó a adorarlos como dioses.
Animados por su éxito, Dan se proclamó rey. Se colocó una corona hecha de oro y joyas, tomadas de un templo escondido que habían descubierto. Peachey se convirtió en su principal consejero y, juntos, se dedicaron a unir a las tribus vecinas bajo su dominio.
Su reinado no estuvo exento de desafíos. Algunas tribus resistieron, pero el carisma y la destreza militar de Dan, combinados con la astucia de Peachey, lograron conquistarlas. Establecieron una capital, construyeron fuertes y crearon un sistema rudimentario de gobierno. Por un tiempo, parecía que su sueño se había hecho realidad.
La Caída
Sin embargo, las semillas de su caída fueron sembradas por su propia arrogancia. Creyéndose invencibles, Dan comenzó a exigir más a la gente. Introdujo leyes estrictas y aplicó altos impuestos para financiar sus grandiosos proyectos. Peachey, antes la voz de la razón, se encontró cada vez más marginado.
La gota que colmó el vaso fue cuando Dan anunció su intención de casarse con una mujer local, Roxana, para solidificar su estatus divino. Los aldeanos, que veneraban a sus dioses pero también temían su ira, quedaron horrorizados. Roxana, aterrada ante la perspectiva de casarse con un dios, mordió a Dan durante la ceremonia nupcial, haciendo que sangrara.
La visión de Dan sangrando destrozó la ilusión de su divinidad.
—No es un dios —gritaron los aldeanos—. ¡Es mortal, como nosotros!
El pánico y la rabia se propagaron como un reguero de pólvora. Los aldeanos, sintiéndose traicionados, se volvieron contra sus antiguos gobernantes.
Peachey intentó razonar con ellos, pero ya era demasiado tarde. Dan, en un último acto de desafío, ordenó a sus guardias que mantuvieran a raya a los aldeanos. Pero los guardias, al ver cómo cambiaba la marea, los abandonaron. Dan y Peachey fueron capturados, despojados de sus lujos y llevados ante la enfurecida multitud.
El Precio de la Ambición
Los aldeanos, ahora unidos por su ira, decidieron hacer ejemplo de los falsos reyes. Ataron a Dan y Peachey, desfilándolos por la aldea como advertencia para otros. Dan, desafiante hasta el final, mantuvo la cabeza en alto. Peachey, devastado por el giro de los acontecimientos, intentó apelar a su humanidad, pero fue recibido con desprecio.
En un cruel giro del destino, los aldeanos decidieron ejecutar a Dan. Lo obligaron a caminar por un estrecho puente sobre una profunda garganta. Dan, manteniendo su dignidad, caminó con firmeza, pero los aldeanos cortaron las cuerdas, haciéndolo caer y morir.
Peachey fue perdonado, pero no por misericordia. Lo crucificaron, dejándolo sufrir como un recordatorio viviente de su traición. Los días se convirtieron en semanas, y Peachey soportó un dolor inimaginable. Su antes aguda mente se atenuó por la agonía, aferrándose a la vida por pura terquedad.
Un día, un comerciante de paso lo encontró, apenas con vida, y lo llevó de vuelta. Peachey, quebrantado en cuerpo y espíritu, regresó a la civilización. Vagó sin rumbo, una sombra de sí mismo, atormentado por los recuerdos de su ascenso y caída.
La Historia Recontada
Años después, en una pequeña y tenue habitación de la bulliciosa ciudad de Lahore, un cansado y desaliñado Peachey Carnehan relataba su historia a un periodista. Sus ojos, antes llenos de picardía y ambición, ahora reflejaban una profunda tristeza.
—Éramos reyes, te digo —dijo Peachey, con la voz temblorosa—. Lo teníamos todo, y lo perdimos porque olvidamos una simple verdad: somos solo hombres.
El periodista, cautivado por el relato, lo escribió, preservando la historia de los dos hombres que se atrevieron a soñar más allá de su condición. La historia de Peachey se convirtió en una leyenda, una historia de advertencia sobre la ambición, el poder y el precio que uno paga por sobrepasarse.
Peachey vivió sus días como un hombre quebrantado, pero su historia perduró, testimonio de la necedad y valentía de aquellos que buscan forjar su destino en tierras desconocidas.