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Acerca de la historia: El Carro Fantasma de los Alpes es un Legend de austria ambientado en el 19th Century. Este relato Descriptive explora temas de Loss y es adecuado para Young. Ofrece Entertaining perspectivas. Un viajero solitario en los Alpes austriacos se encuentra cara a cara con una pesadilla en la que nunca creyó—hasta que fue demasiado tarde.
Introducción
En lo profundo de los Alpes austríacos, donde los picos perforan los cielos y los valles resuenan con el aullido del viento, existe una leyenda susurrada entre los aldeanos y los viajeros fatigados por igual: la historia del *Carruaje Fantasma*. Un carruaje espectral, negro como una noche sin estrellas, recorre las carreteras heladas, tirado por caballos espectrales cuyos cascos no emiten sonido sobre la nieve. El conductor, una figura encapuchada envuelta en harapos, nunca habla, salvo por una palabra escalofriante:
*"Entra."*
Algunos dicen que quienes atienden la llamada nunca se vuelven a ver, mientras otros afirman que el carruaje es un presagio de tragedia, un heraldo de la muerte que solo los condenados pueden ver. Nadie conoce la verdad con certeza.
Nadie, excepto Elias Gruber.
Era un hombre de ciencia, de razón, un erudito que se burlaba de los cuentos populares y la superstición. Pero en una noche fatídica del invierno de 1876, mientras se aventuraba solo por el traicionero *Paso Großglockner*, Elias Gruber se enfrentó a la leyenda que una vez ridiculizó.
Y en ese momento, la lógica y la razón dejaron de importar.
Esta es su historia.
El Viaje Comienza
El viento aullaba como una bestia hambrienta de presa mientras Elias Gruber ajustaba su pesado abrigo de lana y avanzaba a trompicones por la nieve. Sus botas crujían contra el camino helado, cada paso más lento que el anterior mientras el frío implacable le carcomía los huesos.
A pesar del amargo frío, seguía adelante.
Gruber había dejado Viena semanas antes, decidido a recopilar relatos de primera mano sobre el folclore alpino. Las historias del *Carruaje Fantasma* le fascinaban, no porque las creyera, sino por el dominio que ejercían sobre la gente local. Tenía la intención de estudiar la leyenda, analizar sus orígenes y eventualmente escribir un artículo desacreditando su existencia.
Ahora, mientras ascendía más alto por el paso, el cielo se oscurecía, nubes densas bloqueando los últimos indicios de luz diurna.
Los aldeanos de Heiligenblut le habían advertido que no viajara solo después del atardecer. *“La tormenta te llevará,”* decía uno. *“O peor… el Carruaje.”*
Elias se había reído.
Ahora, con el viento atravesando su ropa como dagas de hielo, comenzaba a lamentar su arrogancia.

Una Advertencia Ignorada
Al caer el anochecer, Gruber se detuvo para recuperar el aliento, apoyándose en una roca cubierta de nieve. La tormenta empeoraba. Los copos de nieve le azotaban la cara como diminutas agujas, el frío tan intenso que parecía filtrarse en su propia alma.
Tropiezó con su linterna, protegiendo la débil llama del viento. La luz parpadeaba, apenas iluminando el camino por delante.
Un sonido repentino lo hizo congelarse.
Cascarones.
Al principio pensó que era el viento jugando trucos con sus oídos. Pero no—allí estaba de nuevo. Un golpeteo lento y rítmico, que se hacía más fuerte con cada segundo que pasaba.
Su aliento se quedó en su garganta.
Nadie debería estar viajando por este camino a esta hora.
Gruber se giró, entrecerrando los ojos contra la tormenta.
Y entonces lo vio.
Emergiendo de la nieve remolinante, un carruaje se materializó como una pesadilla hecha realidad.
Negro como la medianoche, su superficie brillaba como obsidiana pulida. Las ruedas giraban sin sonido, deslizándose sin esfuerzo sobre el hielo. Cuatro caballos, altos y enjutos, sus mantas resplandecían con un inquietante brillo plateado, tiraban del carruaje hacia adelante. Su aliento empañaba el aire, sus ojos ardían con una luz antinatural.
Pero fue el conductor lo que mandó hielo por las venas de Gruber.
Encima del carruaje, la figura se alzaba, envuelta en un manto negro harapiento que parecía moverse y ondular como si estuviera vivo.
Gruber quería moverse.
Quería correr.
Pero sus piernas se negaban a obedecer.
El carruaje se detuvo bruscamente.
La puerta se abrió de golpe.

Una Invitación a lo Desconocido
Un profundo silencio devoró el mundo. Incluso el viento había dejado de aullar.
Una sola palabra flotó desde la oscuridad dentro del carruaje.
*"Entra."*
Gruber tragó saliva, su mente buscando una explicación lógica.
Esto no era real. No *podía* ser real.
Y sin embargo… el carruaje estaba ante él, sólido y tangible, su presencia innegable.
“No,” logró susurrar, dando un paso atrás. “Yo— yo debo estar alucinando.”
El conductor, inmóvil hasta ahora, giró la cabeza hacia él. Aunque su rostro permanecía oculto bajo la capucha, Gruber *sentía* su mirada, penetrando la noche, llegando al núcleo mismo de su ser.
Retrocedió tambaleándose. “No iré contigo.”
El conductor levantó una mano enguantada y señaló hacia el camino detrás de Gruber.
Confundido, se giró.
El camino por el que había venido había desaparecido.
Solo quedaba oscuridad.
El pánico lo invadió. Su mente le gritaba que corriera, pero el camino por delante era traicionero, la nieve profunda, la tormenta implacable. Si se alejaba del carruaje, seguramente se congelaría antes de alcanzar refugio.
Pero si entraba…
En algún lugar, profundamente dentro de sí, sabía que no habría retorno.
Otra ráfaga de viento aulló por el paso, casi derribándolo de sus pies. El frío mordía su ropa como una entidad viviente, cruel e implacable.
Temblando, tomó su decisión.
Y entró.

El Paseo sin Retorno
La puerta se cerró de golpe detrás de él.
Dentro del carruaje, el aire estaba cargado con un silencio opresivo. Las paredes parecían extenderse interminablemente hacia la oscuridad, un vacío que devoraba toda luz.
Los caballos comenzaron a moverse.
Gruber se sentó rígidamente, su cuerpo tenso de miedo. Un sudor frío perlaba su frente, a pesar del frío en el aire.
Luego, comenzaron los susurros.
Suaves al principio, como el susurro de hojas muertas.
Luego más fuertes.
*"Otra alma perdida..."*
*"Buscó la verdad, pero la verdad lo buscó primero..."*
*"Riderás para siempre..."*
Gruber apretó los puños, forzándose a respirar.
“Esto es un sueño,” murmuró. “Una ilusión febril de la mente.”
La voz del conductor, baja y hueca, resonó por el carruaje.
“¿Es así?”
Gruber abrió la boca para protestar, pero las palabras murieron en su lengua.
Fuera de la ventana, el paisaje había cambiado.
Ya no eran las montañas cubiertas de nieve.
Ya no eran los picos familiares de Austria.
En cambio, solo había oscuridad.
Infinita.
El carruaje ya no se movía por los Alpes.
Estaba viajando *a otro lugar*.
Su respiración se aceleró. Se giró hacia el conductor, su voz apenas un susurro.
“¿A dónde vamos?”
La figura no respondió.
En cambio, la puerta se abrió una vez más.
Gruber se volvió, su corazón golpeando contra sus costillas.
Afuera, en el abismo de sombras, algo esperaba.
Una forma—imposible de definir, cambiando y retorciéndose, su misma presencia una afrenta a la realidad.
Una mano esquelética se extendió.
Y lo tiró hacia el vacío.

Epílogo: Una Advertencia para los Vivos
Días después, un equipo de búsqueda encontró el cadáver congelado de Elias Gruber cerca de la cima del *Paso Großglockner*.
Su rostro estaba distorsionado en una expresión de horror indescriptible.
A su lado, el rastro de los cascos del carruaje marcaba la nieve.
Los aldeanos lo enterraron en un rincón tranquilo del cementerio. Nadie habló del *Carruaje Fantasma*, pero todos conocían la verdad.
Algunos dicen que todavía cabalga con él, su alma atrapada para siempre en su interminable viaje.
Otros creen que fue simplemente la última víctima de una antigua maldición.
Pero una cosa es segura—
En noches de tormenta, cuando el viento aúlla a través de los Alpes y la nieve cae espesa sobre el suelo—
Si escuchas el sonido de cascos acercándose,